La última vez que dejé caer mis huesos en la butaca de un cine fue el domingo pasado con el objetivo de ver Zodiac, el último largometraje (nunca mejor dicho) de David Fincher. Pensé que quizás podría estar de acuerdo con esa parte de la crítica cinematográfica que describe la película como formidable, inteligente, y otros adjetivos de esta índole. Me equivoqué. He de reconocer que el filme, muy "años 70" por cierto, encierra determinados aspectos que pueden resultar de interés, yo destacaría, sobre todo, el tratamiento del tiempo y el retrato sicológico que se hace de cada uno de los protagonistas. Pero si de lo que se trata es de mantener el suspense y la fuerza visual que la primera parte del mismo prodiga, el objetivo no se lleva a término finalmente.
No obstante, a medida que se iban sucediendo los minutos, la película me hacía reflexionar sobre dos cuestiones que durante un tiempo me preocuparon especialmente: la modernidad y la postmodernidad cinematográficas. Curiosamente, mi incursión en el mundo y la historia del celuloide comenzó desde la modernidad, pero para comprender ésta, hube de visitar épocas anteriores de la Historia del Cine y, como no, posteriores a la misma. Sólo entonces pude "entender" qué significó para la ya citada Historia, que personajes como Jean-Luc Godard o Michelangelo Antonioni, entre otros, aparecieran en el panorama cinematográfico internacional.
Se habla de modernidad cinematográfica en Europa, por oposición al clasicismo hollywoodiense, y al igual que sucediera en otros momentos de la historia de la representación, la obra de los autores adscritos a dicha modernidad aparece en un momento agitado y complejo, en el que la búsqueda de lo nuevo convive con la permanecia del pasado. Roland Barthes, hablaría de lo Moderno como "una dificultad activa para seguir los cambios del Tiempo, ya no solamente a nivel de la gran Historia, sino también en el interior de esa pequeña historia cuya medida es la existencia de cada uno de nosotros".
Y mientras que la modernidad abogaba por una racionalidad objetiva, la postmodernidad se decanta por el escenario del horror devolviendo al espectador una inscripción desimbolizada de su subjetividad. El héroe clásico que en la modernidad se desmorona, es sustituido en la postmodernidad por el psicópata. Pero tal vez ya no sea suficiente esta sustitución para captar la atención del espectador y haga falta algo más que transgredir las normas de la narración clásica para conseguirlo. Se me ocurría contemplando estas imágenes que propone Zodiac, que quizás la postmodernidad ya no está de moda; que lo postmoderno ya forma parte del pasado, y que la insistencia en los finales abiertos y la deconstrucción del relato, nos deja indiferentes a muchos de los espectadores que nos acercamos a las salas de los cines esperando encontrar algo nuevo. Y es que, al fin y al cabo, las imágenes que construye la postmodernidad, por muy apocalípticas que sean, no pueden competir con esas otras que, desde nuestros televisores, penetran en el comedor, la cocina o el dormitorio de cada uno de nosotros. Quizá uno de los caminos alternativos a la postmodernidad, sea la vuelta al pasado, a la construcción de un relato; no lo sé. Sólo sé que a algunos cineastas les funciona esta última fórmula. Recordemos si no cómo el género del Thriller es abordado con éxito por otro cineasta contemporáneo ejemplarmente fordiano, Clint Eastwood en Mystic River (2003).