sábado, 17 de noviembre de 2007

UNA TARDE EN "EL PRADO DE MONEO"

Goya y Velázquez -dos de los accesos de "El Prado" de Villanueva- nos condujeron, a mis acompañantes -Julio, Ángel y Lola-, y a mí, a una de las experiencias más gratas que, en materia estética, he experimentado en estos últimos meses. El acceso por Velázquez desembocó en el nexo de unión entre el museo de siempre y la ampliación del mismo, una sala circular, la de las musas, en la que los estucos rojos de las paredes; las cristaleras mediante las cuales la arquitectura neoclásica y los chapiteles de la Iglesia de Los Jerónimos se hacen presentes en este espacio interno; y las esculturas que presiden éste, incitan al espectador a querer ver más. Después, una especie de girola, inscrita en el edificio profano, da acceso a una arquitectura de líneas rectas en las que los nuevos y viejos materiales conviven en armonía.

Siguiendo el itinerario marcado por el propio diseño arquitectónico, el espectador tiene acceso a las salas donde se expone la colección pictórica y escultórica seleccionada para tal fin. Allí, sobre el magenta y el cyan de las paredes "los Rosales, los Esquivel, los Madrazo, los Haes o los Sorolla -¡qué sorpresa cuando vislumbré Aún dicen que el pescado es caro (1894)!, una de las obras más interesantes, bajo mi punto de vista, del realismo crítico español, que entronca con el realismo francés de Gustave Doré-" entre otros, brillan con luz propia. Es entonces cuando continente y contenido, es decir, arquitectura y pintura, compiten por el primer puesto. Y sin embargo, absorta en mi emoción, comprendo que el equilibrio entre ambas es tan perfecto que cada una cede el puesto de honor a la otra.

No exagero cuando hablo de emoción, créanme, al encontrar frente a mí algunas de las obras más importantes de la pintura española del S.XIX, con sus correspondientes reminiscencias al David de El juramento de los Horacios o al Delacroix de La libertad guiando al pueblo, sin olvidar al maestro alemán David Friedrich. Pero es que además, algunos de ellos, tal es el caso de Doña Juana la Loca (1877) de Pradilla, o El testameno de Isabel la Católica (1877) de Rosales, traen a mi memoria algunas de los films producidos por CIFESA en los años 40, y que se han dado en llamar "cine de cartón piedra" por ser éste el material utilizado para decorar los estudios donde se rodaban dichas películas; y como ejemplos de lo mencionado con anteriodad me remito a dos de las producciones más famosas dentro del panorama cinematográfico español en este género: Alba de América (1951), y Locura de Amor (1948), dirigidas ambas por el cineasta Juan de Orduña; las cuales, dicho sea de paso, serían parodiadas por Berlanga y Bardem en Esa pareja feliz (1951) como muestra de su rechazo al cine afín al régimen fascista, opuesto al realismo que comenzaba a hacer su incursion en nuestro país, a partir de las influencias del neorrealismo italiano, de la mano de cineastas como Nieves Conde o los mismos Berlanga y Bardem. Pues bien, en estos films de corte histórico, no sólo aparece explícitamente la pintura de Pradilla y Rosales, sino que se crean cuadros vivientes fieles homenajeadores de los lienzos anteriormente citados.

Y ya, en la última planta de "El Prado de Moneo", el claustro reelaborado de la Iglesia de los Jéronimos, alberga la obra de uno de los broncistas italianos más importantes de la época de Carlos V, Ponpeo Leoni. Las esculturas rodean la linterna cuadrada de grandes proporciones -una de las joyas, junto con la recuperación del claustro, de esta ampliación- que comunica visualmente este último espacio con la primera planta del mismo, juagando así con la luz, los volúmenes y la percepción del espectador.

Ante este panorama, no era de extrañar que aprovecháramos hasta el último instante en el que las puertas del museo cerraban al público. Y cuando pensamos que ya nuestra visita había concluido, nos encontramos con las impresionantes puertas de bronce de la escultora donostiarra Cristina Iglesias; puertas que son una evocación clara al mundo vegetal y que a mí me parecían las puertas del paraíso.

Si creen que exagero en alguno de los aspectos que he mencionado, vayan y abran sus sentidos al placer que proporciona "lo bello".