miércoles, 12 de septiembre de 2007

¿UNA CENA EN RATATOUILLE?



Ayer, dos niños a quienes adoro, me llevaron al cine. La película seleccionada fue Ratatouille, la última producción de la compañía Pixar. Allí, en la sala, entre Chetos y refrescos, una rata con ambiciones nos hizo reír, soñar y emocionarnos; el marco elegido París, la ciudad donde todos los sueños pueden hacerse realidad. Y es que Remy, así se llama nuestro protagonista, es una rata de campo cuyo deseo es convertirse en un gran chef aprovechando su talento innato para con el arte culinario.


El sueño americano se pone de manifiesto en cada uno de los segundos de duración del film. El lema, “todo aquel que se lo proponga puede conseguirlo”, se explicita en numerosas ocasiones, comenzando por la frase que da título al libro del gran maestro de la cocina francesa Gusteau, fiel consejero en la sombra de nuestra rata protagonista. La estructura del film, ejemplarmente clásica, pone de relieve la importancia de este héroe peludo que en todo momento sustenta la acción, al igual que cualquiera de los clásicos; pienso en algunos de ellos como Roak, el protagonista de El manantial de K. Vidor. Uno y otro, defienden con valor y coraje aquello en lo que creen consiguiendo finalmente sus propósitos, por mucho que éstos puedan resultar increíblemente inverosímiles. Porque ¿quién podría apostar por el futuro como gran chef de una rata proveniente de las alcantarillas, eso sí, parisinas? Es entonces cuando a una no le importaría ser un animal peludo, si ello lleva implícito el éxito; seguramente porque los espectadores, acostumbrados al relato clásico tradicional, sometidos a los dictados causales y psicológicos propuestos por la narración, poseemos una disposición mental que puede activarse con cualquier film en concreto y contrastarse con él, aunque la idea sea de lo más disparatada.


Esta idea, precisamente, de convertirse uno mismo en el dueño de su destino la pudimos ver recreada en el film Bebe, el cerdito valiente, una producción australiana que cuenta la historia de un cerdito cuyo propósito es convertirse en un perro ovejero, aunque para ello ha de renunciar a sus orígenes. En Ratatouille la cosa se complica cuándo sin perder su entidad como rata, Remy, consigue su sueño. “No importa que seas diferente, ni cuál sea tu procedencia si los demás te ven como tú quieres”. Es entonces cuando entra en escena uno de los personajes más interesantes del film. Desde el lado de las sombras llega Ego –nombre que, por cierto, no responde al azar-, un temido crítico en materia culinaria. Esta especie de Nosferatu, consciente de su poder reclama al misterioso chef una nueva perspectiva, convencido a la vez de no encontrar respuesta. Pero, sorprendentemente Remy con el plato que posteriormente lo haría famoso, el ratatouille, consigue ablandar el paladar y el corazón de aquél que un día hiciera temblar con su pluma los cimientos del restaurante Gusteau. Paradójicamente las necesidades artísticas del crítico se ven satisfechas por una rata, lo que demuestra que el arte puede hallarse en los lugares más recónditos e insospechados, y cuando casualmente nos encontramos con él sólo hay que dejar que invada nuestros sentidos.


He de reconocer, concluyendo, que no soy muy asidua del cine de animación, pero Ratatouille colmó con creces mis expectativas y las de mis jóvenes acompañantes.

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