"Porque sueño, no lo estoy". Siempre me ha preocupado la delgada línea que separa la cordura de la locura; aquella que distingue un estado de ánimo, el del existencialismo -por ejemplo-, de una patología, la neurosis o la psicosis, entre otros. Según Castilla del Pino, "lo característico de esta última, la psicosis, es la alteración de los juicios de la realidad interna y/o externa, pese a la integridad instrumental (procesos cognitivos, funciones mnésticas, estado de la conciencia o vigilancia)". Es decir, hay una pérdida del sentido de la realidad, y en consecuencia, el individuo que padece la enfermedad o el síndrome, delira.
He querido comenzar este pequeño artículo, que sólo pretende ser una reflexión, con una de las frases que pronuncia el protagnista de Léolo (película de Jean-Claude Lauzon, 1992), y que más me impresionó cuando vi la película -uno de esos films que merecen estar en el olimpo de las obras maestras del cine-: "Porque sueño, yo no lo estoy"; es decir, porque soy consciente de que sueño, no estoy loco; porque soy consciente de mi realidad interna y externa, yo no lo estoy.
Léolo cuenta la historia de un niño nacido en el seno de una familia en Montreal, que decide cambiar su nombre original, el de Leo Lozeau, por Léolo, con la intención de romper los lazos familiares que lo amarran a la locura. Por la misma razón, inventa su procedencia a partir de una extraña inseminación de su madre, por un tomate siciliano, que lo desvincula de la rama paterna, de esa de donde procede la esquizofrenia que asola a su familia. La palabra, a través de la escritura en ese cuaderno que lo conecta con su propia realidad, es uno de los ejes de escape del protagonista, funcionando ésta como restauradora de la locura a la que se ve, inevitablemente, abocado; y también a través del único libro existente en la casa del protagonista, que sirve para calzar la mesa coja alrededor de la cual confluye la familia, y que Léolo lee insistentemente; el mismo que el Domador de Cuentos devolverá a una estantería, después de que los ojos del protagonista queden en el blanco más absoluto del delirio spicótico; tan blancos como el nombre de la niña a la que ama, Bianca. La película pone así el acento en la palabra como conectora o redentora de aquél, que bajo los efectos de un síndrome psicótico, está condenado a perder el contacto con la realidad, aunque finalmente, la redención no sea posible.
Aquarius, sin embargo, en su anuncio, muestra la cara más esperanzadora del asunto. La palabra vuelve a ser protagonista ¿Cómo no va a serlo, si es el vínculo entre un grupo de enfermos mentales que sufren esquizofrenia, síndromes bipolares, etc. con la realidad? Se trata, además, de un vínculo directo, porque se hace a través de una radio que interpela directamente al oyente: Radio la Colifata, de Buenos Aires. Una radio, mediante la cual, este grupo de personas comienza a hablar al mundo; y lo más importante, una radio, a través de la cual, este grupo es escuchado por los demás (más de 4 millones de oyentes). Han encontrado el medio adecuado que les permite escapar o no, de su propia realidad; pasar al otro lado de la delgada línea y conectar con los que allí se encuentran. Y todo ello, según parece, porque "el ser humano es extraordinario", y porque la palabra nos diferencia del resto.